Cuando vimos por primera vez con Donna al cardiólogo, él nos dijo sin guiño ni codazo: “cirugía, a estas alturas, pudiera parecerle raro, ya que no tiene síntomas. No obstante, no se trata de algo poco común, en casos como el suyo, que la muerte súbita sea el primer síntoma y en lo posible, quisiéramos evitar esta complicación.” De manera que, el 5 de Octubre de 1993 ingresé al Hospital General de Toronto para una operación al corazón, programada para la mañana del día siguiente.
Había optado por un procedimiento operatorio que prometía una solución probablemente más durable—por lo que evitarla o bien esperar una segunda vuelta—equivalía a tener que enfrentar una cirugía experimental y más compleja. Como se trataba de un procedimiento más complicado, ello implicaba permanecer por más tiempo en la máquina cardíaco-pulmonar, estar más tiempo bajo anestesia, y más de otras cosas desagradables. La operación duró más de 5 horas, un par de horas más de las anticipadas. El cirujano dijo posteriormente que esto se debió a que el daño estaba mucho más avanzado de lo anticipado. En todo caso, la operación fue considerada exitosa., Aunque desde un punto de vista médico la operación y la recuperación han sido relativamente tranquilas, han sido— no obstante, acompañadas de algunos hechos curiosos.
Proyección del Doble
Durante las semanas previas a la cirugía, además de desarrollar unos pocos síntomas leves, dificultades respiratorias y fatiga (que podríamos perfectamente considerar como psicogénicas), empecé también a imaginar lo que podría ocurrir durante la cirugía. No me refiero a todos errores espantosos que pudieran ocurrir. No era ese el tema. Lo que me mantenía fascinado eran las increíbles historia que uno escucha acerca de personas que durante la cirugía dicen haber escuchado a los doctores hablando; sostienen haber visto el proceso quirúrgico; dicen haberse visto a ellas mismas desde afuera. Ellos explican como, durante algunos procedimientos quirúrgicos, y asistidos por la anestesia general, se encontraron mirando hacia abajo desde lo alto del techo del pabellón operatorio, la actividad que se desarrollaba en torno a su forma recostada. Nos cuentan lo que vieron y lo que escucharon con lujo de detalles y una maravillosa precisión y ¿qué podría ser más excitante que eso?
Enfrentado con la cruda certeza del bisturí, quien podría resistir a la promesa de una vida que no esté, aparentemente, limitada a la débil carne. Imagina si tu mente pudiera alcanzar límites más allá de los confines de tu cuerpo;
si la vida no dependiera de los caprichos de la neuroquímica. De cualquier manera, la sola idea de ‘desprenderme de mi cuerpo’ resultaba
algo sumamente atractivo y pensé mucho como podría salirme de esto. Después de todo, algo sabía de cómo andar volando.
A medida que ponderaba sobre esto, me pareció que el problema más significativo
de mi plan de liberación temporaria de los confines sofocantes de la carne era, con toda probabilidad, caer abatido bajo los efectos de la anestesia; casi con toda certeza quedaría inconsciente antes de lograr esgrimir una manera de escapar del hilo mortal. Mi única oportunidad estaba en la posibilidad de preparar—ensayando la imagen y la intención de tal manera que en el instante crucial, antes de perder el conocimiento, pueda, tal vez, con suerte, escabullirme….
Y por supuesto… regresar.

Un Método
Pasé el día anterior a la cirugía preguntando a los médicos, enfermeras y auxiliares, sobre lo que podría esperarse. Si pensaron que se trataba sólo de la aprensión de alguien cuyo pecho estaba a punto de ser abierto de par en par,
su corazón detenido y…. si era eso lo que ellos estaban pensando, muy pronto comenzaron a sospechar que había mucho más en cuestión. Los estrujé para obtener detalles: ¿Cómo se ve ?, ¿qué pasa a continuación?, ¿Adonde?, ¿Quién lo hace y como huele? Yo construiría el cuadro más preciso posible, para luego imaginar el proceso, ensayándolo una y otra vez, de modo de poder producir un nuevo tipo de reflejo que, paradójicamente, pudiera ser puesto en marcha al peder el conocimiento.
Cuando el final de las horas de visita había despachado la distracción amistosa de rostros preocupados, yo pude dirigir mi atención a la tarea que me había propuesto. Tendido sobre mi estrecha cama de hospital, fijé la vista en las paredes que estaban pintadas adecuadamente con un nauseabundo color verde hospital. Revisé las imágenes, dejándolas que hagan lo suyo en mi imaginación, buscando cuando y como podría salir de las limitaciones de mi propio cuerpo.
Mañana muy temprano me lavarían dos veces; a penas lograba imaginar el olor del jabón antiséptico especial, pero casi lograba sentir la navaja, escucharla cuando me afeitaban los brazos y el pecho. Sabía que me lavarían una tercera vez antes de que el anestesista llegara para inyectarme las intravenosas en cada brazo, para luego administrar algún delicioso narcótico. Entonces, sería trasladado en la camilla a la cirugía. Le habían dicho a Donna que ella sólo podría acompañarme hasta las puertas del pabellón, pero que luego tendría que esperar en el área designada.
De la Enfermedad a la Muerte
Durante algunas semanas, ya había estado ensayando mis imágenes de la cirugía, agregando detalles en la medida que iba descubriendo más cosas acerca de los procedimientos, pero concentrándome en la formación de mi intención de ‘volar’ cuando empezara a producir efectos la anestesia. ¿Y si diera resultado?,
¿Qué significaría si más tarde recordara abandonar mi cuerpo y suavemente impulsarme en dirección ascendente?, ¿Sería sólo un sueño que había logrado pre-programar?, ¿Significaría que había de hecho estado fuera de mi mismo?, ¿Cómo sabría en que creer?
Los días que precedieron a mi cirugía trajeron otras ocurrencias que ejercieron sobre mi más presión que el hecho venidero. Simultáneamente, se le había informado a mi amigo Ed que tenía un cáncer terminal intratable (al mismo tiempo, su mujer supo que tenía una protuberancia uterina que podría ser cancerígena—terminó siendo benigna, pero en ese momento aumentaba el clima general y el sentido de improbabilidad).
Estas y muchas otros situaciones poco probables y desafortunadas pesaban fuertemente sobre nuestro círculo de amigos. Parecía un eslabón más en una cadena de muertes y enfermedades en la que, de algún modo, habíamos quedado atrapados. Además de esos amigos, que eran parte de esta improbabilidad estocástica, había numerosos casos que traje a mi versión particular de ‘la lista’. Estaba el suicidio de un amigo de infancia, una muerte que pasó a ser más conmovedora, ya que yo había sido tal vez la última persona en conversar con él antes de que se matara; otra muerte, la de una joven fallecida de cáncer de mama. En el período que comencé la quimioterapia, murió en el hospital un viejo amigo y mentor, después de recibir una cirugía de menor grado en su mano. Luego, mi más viejo amigo (habíamos crecido juntos) murió inesperadamente de un ataqué cardíaco fulminante. Las muertes y casi muertes incluían mi propia lucha con el cáncer, apenas un par de años atrás.
Ahora estaba la situación con Ed, un viejo camarada, recientemente promovido a la condición de ser mi más viejo amigo viviente; pesaba sobre mi la probabilidad de su inminente muerte. ¿Había algo que pudiera hacer para ayudarlo a vivir?, ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarlo a prepararse para morir? Cuando ingresé al hospital de Toronto para operarme del corazón, él se internó en un hospital de la ciudad de Londres, Ontario, a unos 300Km al Oeste. Yo estaría siendo operado del corazón mientras a él estaría drenando una bolsa de líquido alrededor de un pulmón. A continuación, por un proceso de irritación, la pleura estaría siendo forzada a atarse al pulmón para que no se acumule allí más líquido. De cualquier manera, no había intención de causar efecto en el curso de su enfermedad—apenas se trataba de que se sintiera un poco más cómodo mientras esperaba morir.

Los Trucos de la Memoria
Recuerdo con claridad como en la mañana de mi cirugía el auxiliar me indicó el camino a las duchas; me entregó una botella de plástico llena de jabón antibiótico y una toalla. Recuerdo el color y el olor del jabón, la textura áspera de la toalla. Puedo recordar vívidamente la cara y gestos del auxiliar, pero no tan nítidamente como recuerdo sus movimientos seguros y decisivos, cuando de regreso en mi cuarto, afeitó mis brazos y pecho. Aquí es donde las cosas se vuelven un poco extrañas. Se que ocurrieron algunos hechos después de estas situaciones poco dignas y antes de recibir cualquier droga, pero no consigo recordar nada de eso con claridad; de hecho, fue sólo un poco más tarde, y luego de conversar con personas que estuvieron allí, que empecé a ‘recordar’ algo de todo aquello.
Recuerdo haber sido afeitado; no recordé la llegada de mi esposa y su conversa conmigo durante una hora, aproximadamente. No recordé haber bromeado con ella y el doctor cuando fui conducido al pabellón operatorio. No recordé que un amigo que trabajaba en un hospital cercano pasó a verme. No recordé la llegada del anestesista conversando conmigo o comenzando la medicación. En otras palabras, no es que no recuerde haber ‘volado’ o algo por el estilo, luego de la anestesia. No recuerdo hechos que sucedieron antes de haber sido ‘medicado’.
De hecho, durante los días que siguieron, la pregunta acerca de lo recordado y,
lo que es más preocupante, quien lo estaba recordando, pasarían a convertirse en serios problemas para mi.

Post-operatorio
Después de la operación fui llevado a cuidados intensivos, donde pasé el día siguiente, tal vez más, bajo los ojos vigilantes de monitores tanto electrónicos como humanos. Cuidados intensivos significaba una enfermera por paciente; también significaba permanecer conectado a numerosas máquinas. Algunas monitoreaban funciones vitales, otras substituían esas funciones—como
la máquina que respiraba por mi a través de un tubo dentro de mi garganta. Horas más tarde, terminada la cirugía, salió ese tubo; otros, como el tubo al costado de mi cuello o aquellos en mis piernas y pecho, salieron más adelante; algunos como el catéter para mi vejiga, salió al día siguiente. Los alambres delgados de plata que reposaban ordenadamente como dos pequeños carretes en mi pecho, permanecieron allí por unos días. Estos alambres metálicos pelados entraban directamente en mi corazón y permanecían allí por si fuese necesario
estimular de prisa. Todos estos tubos fueron retirados oportunamente—sin ningún problema. Mi primera memoria post-operativa nada tiene que ver con ellos, sino con algo que parecería mucho menos inoportuno, la máscara triangular de oxígeno que cubría mi boca y nariz. Sentí como que no podía respirar y la transpiración e irritación que producía este respirador sólo parecía empeorar las cosas. Las enfermeras eran sensacionales, muy amables, muy compasivas, pero despiadadas, duras como clavos… una combinación muy interesante.
A parte de que hubo momentos de venerada admiración por las enfermeras que se turnaban para cuidarme, mis mayores preocupaciones eran dos problemas: cómo remover la máscara que sentía me asfixiaba y como salirme de la cama. Pasaba tironeándome el respirador y la enfermera insistiría de modo suave pero firme, para que volviera a colocármelo. En cuanto a la cama, intentaba por todos los medios de levantarme, pero al no tener mucho control sobre mi cuerpo,
a estas alturas esa intención terminaba con que mi cuerpo apenas lograba convulsionarse en todas las direcciones. La cama estaba de cierto modo asociada a la incomodidad que sentía y es que simplemente sabía que tendría que salir de ella.
Sólo Una Pequeña Digresión
Años atrás, estuve en un accidente en el que el camión que conducía salió de control en una autopista mojada y terminó dándose numerosas vueltas hasta detenerse en un zanjón. Sentí haber tenido una sensación semejante cuando tropezaba saliendo del camión y colapsaba al costado del camino; lo único que conseguía ‘pensar’ era que el camión me había herido y por lo tanto debía alejarme tanto cuanto me sea posible de él; lo mismo con la cama en cuidados intensivos, donde sólo quería levantarme. Recuerdo sentirme nauseabundo; me dicen que vomité. Unas horas más tarde, me trajeron una silla y dejaron que me siente en ella. Muy pronto reemplazaron la máscara por un dispositivo más pequeño que llevaba oxígeno a mi nariz y no cubría mi boca. Las cosas se pusieron más cómodas y yo estaba menos alterado, pero todavía estaba en un mundo crepuscular alejado de la vida cotidiana. Desde ese punto en adelante, recuerdo más cosas con claridad, tanto hechos externos como ciertas consideraciones o preocupaciones internas.
¿Comienza la recuperación?
Los hechos externos fueron simples: al día siguiente fui trasladado a una pieza de
observaciones intensivas menos rígidas, llamada ‘pieza de cuidados medios’ y un par de días después, a una pieza normal por el resto de la semana. Empecé a caminar por el lugar y vino gente a visitarme. No dormí mucho, pero podía concentrarme, podía conversar; durante la segunda noche después de la operación, leí una novela completa. Pero nada de esto correspondía exactamente a mi situación interna, que parecía gravitar exclusivamente en torno a cuestiones de identidad y ubicación. Tan pronto comencé a despertar de la anestesia, mientras reposaba en la sala de cuidados intensivos, me preguntaba si ya había terminado con la cirugía o si estaba todavía esperando para ser operado. Me dolía el pecho, sentía el corte y las vendas; por un lado sabía que esto significaba que la operación había concluido, pero realmente no lo creía; no podía recordarlo, por lo que estaba seguro que debía estar esperando para ingresar al pabellón operatorio. La única certeza que tenía de todo esto era la sensación de que no sería una buena idea preguntar a los doctores o enfermeras, porque pensarían que estaba confundido y me mantendrían por más tiempo en el hospital.
La pregunta acerca de si estaba esperando para ser operado o si estaba recuperándome fue algo que se me repitió durante los próximos días—así como también, la sensación de que sería preferible que nadie supiera que no sabía lo que estaba ocurriendo. Esta, sin embargo, no fue mi única preocupación, ni siquiera era demasiado importante. Gran parte del tiempo pensé en Ed y la situación en la que se encontraba; de pronto, caía en cuenta que no estaba en el mismo hospital suyo. Me surgía la imagen de que estaba en Toronto y él a cientos de kilómetros al oeste, en otro hospital, en una ciudad diferente. En otros momentos, me daba cuenta de que no estaba en Londres, pero me encontraba, ya sea en un hospital hacia el nor-oeste de donde realmente estaba (un hospital inexistente) o en otra ciudad (inexistente). Estos lugares no sólo parecían reales, sino familiares; parecía del todo normal estar allí—cualquier cosa que hubiera en ese momento.
Supongo que debo declararme culpable de una cierta paranoia, por ejemplo, me parecía obvio que no debería decirle a nadie que no tenía la menor idea de si estaba por ser operado o si me estaba recuperando de la operación. Si lo supieran, querrían investigar mi confusión y mantenerme probablemente más tiempo internado. Del mismo modo, me parecía obvio que no debería decirle al doctor que no tenía la más mínima idea acerca de donde estaba o siquiera quien era yo. De cualquier modo, que es lo que podría decir al doctor, ¿que a ratos pensaba que estaba en algún hospital visitando a mi pobre amigo Ed? ¿Que algunas pocas veces pensé estar en el hospital, no para operarme del corazón, sino porque tenía un cáncer pulmonar incurable? O que a veces desaparecería o tal vez debiera decir que simplemente me transformé. Estaría tendido sobre mi cama (o arrastrándome por el pasillo o sentado viendo televisión) y entonces, el ‘yo’ que un rato atrás era mi mismo, ahora era Ed. No se trata de que yo pensara que era Ed, del mismo modo que tu te sientas por ahí pensando que eres tu. Es que tan sólo sucedió que yo era él. Sería algo difícil intentar clarificar ‘quien’ estaba sintiendo todo esto, pero allí está—yo despertaría, mientras esperaba ver a mi médico y al mismo tiempo yo era Ed, esperando en el hospital por el resultado de algún examen. O a lo mejor tan sólo estaría sentado en mi cama y de pronto darme cuenta que un rato atrás había sido Ed en su cama, en la pieza de su hospital.

Y Prosigue la Recuperación
A una semana de a la operación, estas ‘ilusiones’ habían prácticamente desaparecido. Casi inadvertidamente durante este período también comencé con quienes habían estado allí a ‘reconstruir’ algunos de los recuerddos de lo que había sucedido antes de la cirugía: quien me había visitado, con quien había conversado, de lo que nos habíamos reído, etc. Todavía, inclusive en la actualidad, estas ilusiones, esos raros desplazamientos en el tiempo, el espacio y la identidad, me parecen más reales que los recuerdos reconstruidos de lo que tengo certeza, debió haber ocurrido.
Estas descripciones no captan lo extraño o lo cotidiano de aquellos momentos. Eran raros por su significado posterior, por cuanto revelaban una gran confusión. También eran raros, porque siguieron ocurriendo durante los días siguientes en una gama de variantes. Todo esto, sin embargo, parecía en ese momento algo muy común—me parecía obvio que yo era mi mismo (sea quien quiera que fuera), era aquí (sin importar donde quiera que eso ocurría); en un hospital o en otro, en Toronto, en Londres o en algún otro lugar, yo era mi mismo (¿?) recuperándome de la cirugía o esperando para ser intervenido con un bisturí; muriendo de un cáncer incurable al pulmón o visitando a un amigo en el hospital. Yo, talvez yo no era de modo alguno mi mismo, yo era mi amigo Ed.
Cuando comencé a recuperarme más rápidamente, me mantuvieron internado en el hospital por unos cuantos días más, no porque habían descubierto que había perdido la razón, sino simplemente debido a una leve infección. De haber mencionado mis extraños síntomas, tal vez los habrían descartado, atribuyéndolos a consecuencias propias de la anestesia. No obstante, un perspicaz joven estudiante de medicina habría escrito ‘cabeza de bomba’ en sus apuntes. Se trata de un término que a veces se usa para describir a aquellas personas cuyos cerebros han sido afectados como consecuencia de la máquina cardio-pulmonar. Es la máquina usada para mantener el flujo sanguíneo y que puede producir de manera seria—a veces permanente—efectos neurológicos.
Ah, bueno, y en lo que respecta a volar fuera del cuerpo,. puedes imaginar que gran alivio sentí cuando recientemente un investigador de Virginia ofreció reafirmaciones “científicas” para aquellos casos en que los pacientes reportaban
haberse encontrado ellos mismos fuera de sus cuerpos durante cirugía. Su informe sostenía que, efectivamente, estas experiencias no eran algo preocupante. Según señala este solícito investigador, lo que aquí estamos tratando no son síntomas de enfermedad mental y no deberían ser tratados como tal. Es sólo una reacción al estrés.

You must be logged in to post a comment.